Mientras la droga entraba en mi cuerpo, los brazos y piernas se fueron 
quedando inmóviles. Por mis venas corría tan rápido el veneno 
neutralizándome, que jamás pudo escapar siquiera el grito que estaba 
colgando en mi garganta de AUXILIO. Tosí, moví mi cabeza para un lado y 
el otro; con mucho trabajo pude alcanzar a ver a mi cuadernillo de 
dibujo con el lápiz. UN SALVAVIDAS!. Mi brazo se arrastró como serpiente 
moribunda. ¡Qué suerte! Tenía punta. Por alguna razón mi puño 
engarrotado fue un tin flexible. Fue exactamente abierto del mismo 
grosor del lápiz como un enchufe. Mientras trataba de gritar en el papel 
SOCORRO, mi pulso fue siendo más diestro y una lágrima de impotencia 
cayó en la goma del lápiz y corrió hasta la punta del mismo. Como el 
lápiz recogía mis lágrimas, mi brazo y mi mano lo atrapaba a si mismo 
todo en el aire para ti en el futuro. Lo encajaba en el papel, que por 
alguna razón había podido alcanzarlos y por alguna otra razón ya no 
moriría en vano y nada quedaría impune. Todo se confabuló a que mi 
estado lo conocieras tú.
Dedicado a Helena Moradi por todo lo que pasamos juntillos.
El sexto

Te amo.
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