Un libro y un sillón. Un micrófono.
Tania
es una artista que toma riesgos, lo que decimos “temeraria” le
puede quedar hasta corto.
Tania
es una artista que no ha dejado de creer en el arte, y ha corrido con
suerte, pues museos y galeristas siguen interesados en su obra, que
cada día se vuelve más arriesgada y juega con los límites de no
retorno que supone coquetear con los mecanismos de poder del gobierno
cubano, empujar a ver quién suelta primero soga, en este sentido,
muchos expectadores (en su mayoría artistas acomodados en su limbo
del mercado seguro) esperan que la artista se asfixie y la soga se
rompa más temprano que tarde.
Tania
se cataloga a sí misma de observadora, de estar en un aprendizaje
perpetuo. Siendo así, la represión desmedida que ha visto volcarse
contra ella, las Damas de Blanco, Danilo Maldonado El Sexto, etc,
viene a cubrir sus expectativas experienciales en una Habana que se
derrumba pero aún así cubre calles con banderolas vistosas que
anucian la Bienal de La Habana. Nunca antes la Bienal había causado
tanto interés, y los del Departamento de la Seguridad del Estado
encargados de velar por su transcurso sin “manchas” ni
aspavientos les dejaron ver/sentir su terror ante cualquier percance,
tanto a ella como al músico contestatario
Gorki Luis Águila, líder
de la banda de punk'rock Porno Para Ricardo, quien se atrevió a
colgar un lienzo con el rostro del grafitero preso hace más de 6
meses en el Museo de Bellas Artes, minutos antes que a Tania no la
dejaran cruzar la entrada de esa institución que guarda en sus
paredes sus primeras obras. A los dos los cargaron. A los dos los
interrogaron. Tiene que quedarles claro que en la Bienal no puede
pasar nada que rompa el orden.
Los
artistas van y vienen y se asoman sigilosos (los que se atreven) a
Tejadillo 216, a cuadra y media del Museo, donde la temeraria Tania
construye lentamente su Instituto de Artivismo Hannah Arendt. Hace
tiempo la idea de que los artistas que no creen en sí mismos solo
cumplen una mímesis representativa le ronda la cabeza. Arte y
activismo, 50 y 50. “La política es demasiado sexy para dejarla en
manos de los políticos”, dice Karla, personaje cartunesco de la
artista Lizabel Monica en un dibujo de Luis Trápaga. “Karla, abre
las entendederas”, le dicen a la muchacha mientras ella se traga el
micrófono placenteramente.
En
las 100 horas de lectura de los Orígenes del Totalitarismo no hace
falta casi nada. Todo empieza cuando la primera persona (la propia
Tania) ocupa el único mueble del set: un sillón tradicional cubano
en una sala vacía, un micrófono y un mini ampli que da a la calle,
donde todo transcurre como siempre en la Habana Vieja. El borracho de
la esquina escucha el ritmo acompasado de la lectura mientras se lee
las palabras introductorias del catálogo, donde explica la primera
accción del primer instituto de artivismo en Cuba.
Todo
lo que pase entre esa primera balanceada del sillón y la última
página del libro forma parte de la obra.
Los
policías llegando, circundando el lugar, los "factores"
del CDR que advierten casi amables, los artistas de Brasil que piden
solidaridad entre colegas, críticos de arte traviesos, alumnos de
antaño de la Cátedra de Arte de Conducta.
Todo
se filma y se graba. El testimonio queda. Cualquiera es bienvenido
para tomar el libro y leer entre sus páginas el significado
tremebundo del totalitarismo según Hannah.
Tania
aún no ha dejado de creer en el arte como herramienta indiscutible
para cambiar la sociedad.
Gorki
aún no ha dejado de creer en el poder de una canción para fomentar
cambios sociales.
Danilo
persiste en sus dibujos detrás de los muros que lo encarcelan. Su
vuelo los rebasa.
Ellos
tres son más fuertes que cualquier mecanismo represivo de un poder
totalitario.
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